“PROYECTO SOLUCIÓN”
1
La holografía palpitaba encerrada en
la placa de metacrilato.
Amelie caminaba enfurruñada y helada
hacia la puerta de la Fundación. “¿A quién demonios se le ocurre
programar una reunión a las seis de la mañana?”. Sus
pensamientos, en perfecto francés, viajaban del insulto al lamento.
El guardia dormitaba tras la ventana
de cristal. Su rostro, iluminado débilmente por una lámpara de mesa,
se veía aletargado. Solo percibió su presencia cuando los
detectores ya la habían localizado.
La huella genética de Amelie había
activado los sensores de proximidad y el ordenador de la entrada
accionó la puerta, que se abrió justo en el instante en que la
mujer se hubiera empotrado en ella.
El guardia abrió los ojos
pesadamente.
“No sé para qué necesitamos un
guardia en la entrada con estas medidas de seguridad. Guardar las
apariencias en un edificio como éste es una estupidez.”
El frío de la madrugada dio paso a
una cálida bienvenida. Se quitó el grueso abrigo oscuro que vestía
y lo colgó en la percha.
“Soy la primera.”
Pasó ante la recepción y el guardia
le sonrió ligeramente. Su rostro denotaba sus pensamientos: “¿Qué
demonios hará esta a estas horas aquí ? Espero que no diga nada. Me
ha pillado”
Olía a café recién hecho. Mientras
Amelie avanzaba por el blanco y bien iluminado pasillo tuvo que
reprimir el impulso de pedirle uno al guardia. Era el aroma que le
gustaba sentir cuando llegaba por la mañana y el edificio, que
conocía su identidad, así lo repartía a su paso. Dobló hacia la
derecha, recta hacia su despacho. Las luces se encendían al
detectarla.
AMELIE BLANCHART– GENÉTICA. El
aséptico cartelito anunciaba su nombre y profesión. La puerta del
despacho se abrió un segundo antes y la luz eléctrica se acomodó a
sus pupilas. Su sillón estaba ocupado.
¿Quién?
Un hombre le sonreía
satisfecho.
2
La incómoda postura despertó a David
Marlon. Se había quedado dormido sobre la mesa y la luz de la
pantalla del ordenador fue lo primero que vio. Suspiró y parpadeó
varias veces al observar la fotografía que había dejado activa al
dormirse. Lo odiaba. Fue ese odio profundo y auténtico lo que le
ayudó a desperezarse. Notaba las comisuras de los labios sucias de
saliva y se las limpió con el índice derecho. Luego acomodó el
teclado y tecleó: “Bolt”
El buscador se activó y lanzó sus
rapidísimas telarañas de luz por la pantalla hasta dejar preparado
el equipo para una nueva búsqueda.
“Hasta yo mismo utilizo esta mierda”
negó mientras apretaba la mandíbula. Tenía un botellín de cerveza
en el suelo y lo cogió mientras ordenaba sus ideas. La botella
estaba caliente. La miró. No le apetecía nada tomar un trago de
cerveza en ese estado, pero tampoco quería levantarse para coger
otra del frigorífico. La dejó sobre la mesa. Miró la pantalla.
Bolt estaba allí. “¿Cómo cojones ha crecido tanto en tan poco
tiempo?” Sí, era verdad que el navegador funcionaba a la
perfección y era maravilloso con el “Thingsnet”, el Internet de
las cosas, que se había desarrollado a una velocidad impensable años
atrás, pero había algo que no le cuadraba. Por su culpa le habían
despedido. “Alphabet” había echado a miles de informáticos como
él cuando su reinado comenzó a declinar. Y así estaba él, en el
paro, sin subsidio, sin dinero, y para colmo, Bolt había mejorado
la seguridad de las empresas y los particulares. Ahora era imposible
hackear con la facilidad y la habilidad con la que se hacía antes.
Un poco antes. Y todo por culpa de ese hombre cuya foto había dejado
abierta en el ordenador antes de dormirse. Sí, se había bajado los
pantalones e ido a mendigar un empleo a esa nueva empresa emergente.
Una amable secretaria le había dicho con voz muy dulce y cariñosa:
“No reúne usted el perfil que esta empresa necesita. Muchas gracias
por su tiempo.” Y le había despedido sin ninguna otra explicación
más. De su equipo, de sus compañeros, solo él “no había reunido
el perfil” que la empresa de ese hombre requería. Suspiró. Miró
la botella. Tendría que levantarse a coger un botellín fresco. No
podía ser de otro modo. Tenía sed y ganas de olvidar su mala
suerte. Tecleó otra vez el nombre: “Paul Gant” y en seguida
apareció aquel rostro odiado en la pantalla plana de su ordenador
anticuado.
3
Amelie sabía quién era aquel hombre.
Claro que lo sabía. Había salido en todas las noticias, en todas
las portadas, en todas las revistas, escritas y virtuales, en todos
los programas de seguimiento, en todos los canales de noticias, tanto
de Internet como de las viejas emisoras de televisión, en todas
partes. Era un rostro ubicuo, conocido por todo el mundo, desde
China hasta el más lejano e inexplorado rincón del planeta. Pero no
por eso dejaba de ser sorprendente que estuviera allí.
-
¿Quién? -. Sobraba. - ¿Qué hace usted aquí? -. Eso era más acertado. Era su jefe, claro que lo sabía, pero encontrárselo allí, por sorpresa, era inesperado aunque, pensó, para nada desagradable.
Paul Gant era un hombre guapo, con
unos preciosos ojos azules, sinceros y dulces, en los que cualquier
mujer de mediana edad, divorciada, bastante bien parecida y
desprovista de complejos podía hundirse como en un cálido mar en
calma.
-
Siento la intromisión señorita Amelie –. Dijo Paul mientras abandonaba el cómodo sillón, esquivaba la mesa y se dirigía hacia ella con la mano extendida para saludarla.
-
Nadie me avisó de que estaría aquí usted hoy, a estas horas tan tempranas, señor Paul -. Comentó mientras le ofrecía un suave pero firme apretón de manos. La piel del hombre era cálida y suave. Su sonrisa considerada se reflejaba en sus ojos.
-
Lo cierto es que no tenía previsto estar aquí hoy –. Paul se apartó para que Amelie pudiera avanzar hacia su sillón. Aunque fuera su jefe, Amelie apreció la consideración con que la trataba. - Pero el avión hizo escala en Madrid camino de Pekin y el Sr. Perkins me informó de que habían hecho importantes avances en la nanoreducción del genoma que investigan, ¿no es así? -. El tono suave, informado e interesado de Paul animaron a Amelie. Que un hombre con tantas preocupaciones como él se interesara por sus investigaciones era todo un detalle y la garantía de que la financiación, el negro caballo de batalla que siempre la obligaba a mendigar, no se cortaría.
-
Cierto, Señor Gant –. Admitió mientras se sentaba en el sillón, un poco incómoda pues dejaba al hombre de pie frente al escritorio. Había dos sillas más en la sala pero ninguna tan cómoda como el mueble en el que se sentaba.
-
Llamame Paul, por favor. Señor Gant es demasiado formal.
-
Como guste Señ...Paul. Por favor, le agradecería que se sentara. Me siento incómoda viéndolo ahí de pie. Es nuestro jefe y no me parece adecuado que lo tenga en pie mientras le explico lo que hemos conseguido.
Paul sonrió. Acercó una silla y se
sentó. El cabello oscuro y bien peinado adquirió un tono brillante
cuando la luz blanca se reflejó en él. Amelie suspiró para sus
adentros.
-
¿Y bien? -. Preguntó Paul.
-
Bueno. Lo cierto es que nuestro equipo estuvo atrapado en un callejón sin salida durante varios meses, como creo que usted ya sabe -. Paul asintió, adelantó su cuerpo y se mostró interesado. Amelie continuó tras la breve interrupción. - Pero en cuanto llegaron los nuevos equipos nuestra tarea se vio gratamente desatascada. Es decir, la secuenciación se completó en un periodo de tiempo más bien breve si tenemos en cuenta el volumen de datos con los que estábamos trabajando.
Paul asintió y sonrió. Amelie notó
que el aroma a café recién hecho disparaba su sensación de
bienestar y seguridad. De repente pensó que había sido una mala
anfitriona y que ni siquiera le había ofrecido algo a su jefe. Un
café a aquellas horas de la mañana seguro que sería bien recibido.
-
¿Le apetece un café, Paul?
-
Luego señorita Amelie, cuando llegue Perkins -. Negó el hombre. Amelie notó el disgusto en sus ojos y se maldijo por haberse precipitado.
-
Como guste. Estaba hablando de que los equipos que nos proporcionó su filial y el nuevo paquete de programas aceleraron sobremanera nuestro trabajo. No queríamos anunciarlo aún, pero, en vista de que usted está aquí y de que Perkins ya le ha adelantado información, me complace anunciarle que hemos integrado su ADN en un nanoreceptor con evidente éxito.
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