miércoles, 23 de marzo de 2016

EL HIJO DEL ASESINO


Os presento mi nuevo relato…..


ACTO I


El día era frío, apropiado para quedarse en casa junto al fuego del hogar.
Ebrá no podía apartar la mirada del rostro de su padre, del hombre que iban a ejecutar en la horca cuando el Lector de la sentencia acabara de enumerar los delitos por los que le habían condenado. Lloraba y sentía desesperación, angustia y miedo. Desesperación porque su padre iba a morir injustamente, angustia porque le quería y miedo porque se quedaban solos.
La plataforma de madera sobre la que su padre esperaba el momento de su muerte se alzaba sobre las cabezas de la multitud que se había congregado en la plaza de ejecuciones. Dos maderos verticales y uno horizontal sostenían las cuerdas en las que se colgaban a los condenados. Aquel día solo iba a morir un hombre, pero había ocasiones en que se ejecutaba a cinco reos a la vez pues cinco eran las cuerdas preparadas en el madero. El verdugo, un tipo delgaducho, de rostro ratuno y sonrisa perversa aguardaba impaciente a que el Lector finalizase su interminable parlamento.
Cualquier ejecución era un espectáculo y los ciudadanos acudían con agrado a contemplar los ahorcamientos de malhechores, ladrones y asesinos. Diariamente, bien de mañana, se cumplían las sentencias que dictaban los jueces en nombre de su majestad la Emperatriz, salvo que lloviese mucho o hubiese otro espectáculo mejor. En esos días, los ahorcamientos se celebraban en los patios de las cárceles, sin público.
Ebrá recibió un codazo en el brazo y alguien le empujó con violencia. Por un momento su mirada se desvió del rostro severo y firme de su padre. La gente, a su alrededor, gritaba, maldecía, insultaba al reo con desprecio y rencor, le tiraba verduras podridas y reía cuando alguna le acertaba. El verdugo maldecía a la gente mientras retiraba los restos de los vegetales estropeados. Él tan solo buscaba la mirada de su padre.
Tres filas más adelante, se hallaba su madre. Ebrá vio su cabello negro recogido en un moño bajo y un esbozo de su rostro cubierto de lágrimas en el que la desesperación dibujaba muecas de dolor. Quería estar con su marido en los momentos finales de su vida. Quería estar allí y maldecir a la Emperatriz, a los jueces, al verdugo y a cuantos jaleaban la ejecución. Eso era lo que le había dicho. “- Sus rostros, Ebrá. Acuérdate de sus rostros -.” Le había insuflado su odio en breves y duras palabras. Pero su firmeza y valor se estaba derrumbando. Lloraba como él mismo lo hacía en aquel instante.
El redoble alto de un tambor oculto entre la multitud acalló los gritos por un instante y el Lector aprovechó la ocasión para hacerse oír:
- ¿El reo tiene algo que decir?
Era una pregunta retórica, algo que se decía sin esperar respuesta alguna.
El verdugo acercó un taburete bajo la soga y escupió sobre la tarima.
- ¡Sí!
La voz del reo sorprendió al Lector por la contundencia de la respuesta. Era un tipo corpulento, de escaso cabello, barba recortada y modales rudos. Le incomodaba sobremanera la disposición del hombre a hablar en público. Sin embargo, no podía negar la última voluntad del reo expresada en alta voz pues la misma tradición imponía estas normas.
La gente calló deseosos de escuchar qué tenía que decir alguien que iba a morir momentos después.
- Bien, ¿y qué quieres decir?
Ebrá buscó la mirada de su padre, pero él no quería mirarle, ni a su madre tampoco. Alzó la vista para contemplar las fachadas mohosas de la plaza, al cielo azul que miraba por última vez, a las aves que se escapaban de los aleros.
- Date prisa, no tengo todo el día -. Exigió el Lector.
El condenado, sin mirarle, con los ojos fijos en el infinito, exclamó alto y claro:

- ¡Soy inocente y leal!


.. si quieres leer como continúa escríbeme a psancho75@hotmail.com.

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